Himno a Isis

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sábado, 23 de enero de 2016

Un museo que no hay que perderse

El Museo de Luxor celebra sus cuarenta años. Es la ocasión perfecta para recrearse con un lugar excepcional y bastante desconocido para el público en general.


Todo empezó en 1964. El gobierno egipcio acababa de decidir establecer un museo en Luxor, opción que en aquel momento no era compartida por todo el mundo. El hijo del ingeniero responsable de la edificación recuerda que en aquellos momentos dubitativos la pregunta en boca de todos era: ¿no es algo inútil construir un museo en la ciudad cuando resulta que Luxor, centro de las antigüedades por excelencia, con más de seiscientos yacimientos arqueológicos de todas las épocas faraónicas, es ya en sí misma un gran museo al aire libre?
Una vez que se adoptó el proyecto, la obra se encargó, por supuesto, a un arquitecto egipcio. Se optó por una concepción futurista que lo distingue con claridad de las demás edificaciones de la época. Las obras empezaron un año después, pero luego fueron interrumpidas por las guerras de los Seis Días en 1967 y la guerra de Yom Kipur en 1973.
Ahora bien, la escasez de financiación que trajeron consigo las dos guerras no fue el único obstáculo al que se enfrentaba el museo: las obras eran de ejecución compleja, porque la maquinaria constructiva no era ni mucho menos la de hoy en día, primando el trabajo a mano. Por poner un ejemplo, los cimientos fueron excavados con palas durante meses por decenas de obreros.
Por ello mismo, la inauguración del museo en 1975 tampoco fue algo baladí. Uno de los arqueólogos que ejerció como conservador del museo a su inauguración cuenta que la apertura se consideró un “acontecimiento de excepción”, protagonizado por los entonces jefes de Estado de Egipto y Francia, el general Al-Sadat y Valéry Giscard d’Estaing.
Al mismo tiempo, parece que muchos arqueólogos seguían siendo escépticos sobre su potencial real, al considerar que no era comparable con el Museo de El Cairo. Pero poco a poco el Consejo Superior de Antigüedades le ha ido incorporando piezas especialmente valiosas. Con el tiempo, el Museo de Luxor se ha convertido en el segundo más importante de Egipto, tanto desde el punto de vista del número de visitantes como del de los ingresos. En su favor está también su situación. Y justo a orillas del Nilo, entre el templo de Karnak al norte y el templo de Luxor, cuenta con un jardín en el que se exponen estatuas y estelas de primer orden y que es un museo aparte por derecho propio.


Ya dentro del museo nos encontramos en la sala principal, formada por dos niveles que se comunican a través de corredores. Para la directora de los museos del Alto Egipto, la originalidad del de Luxor estriba también en el trayecto de la visita, que se hace en una sola dirección, gracias a la disposición en espiral de sus pasillos, lo cual crea un ambiente dinámico distinto del que prima en los museos tradicionales.
Por supuesto, a ello se añade la presencia de piezas únicas e impresionantes que abarcan más de 4.000 años de historia, desde la prehistoria hasta la era islámica. El museo alberga por ejemplo una colección magnífica de esculturas de época faraónica, entre las que destacan la del dios-cocodrilo Sobek, llevada hasta allí desde el templo de Kom Ombo, así como la de Tutmosis III y la de Amenhotep III traída de Madinat Habu. Además, en él se encuentran restos de muros de templos de Ajenatón procedentes de Luxor y de Karnak.
Entre las obras más importantes y atractivas cabe nombrar también varias piezas de la colección de Tutanjamón, que, por cierto, quizás acaben en el Gran Museo Egipcio que se inaugurará junto a El Cairo en 2018. Es un proyecto al que se resisten bastantes arqueólogos, no sólo porque la retirada de las piezas restará tirón al Museo de Luxor, sino también porque con ello se estaría rompiendo la cronología de lo expuesto.


El museo ha experimentado dos reformas desde su construcción, la primera en 1989 y la segunda en 2004. En ambas ocasiones, se aprovechó para agrandar sus fondos, como sucedió con las estatuas del Reino Nuevo que llegaron en 1989 desde el templo de Luxor. Por su parte, desde 2004 se pueden admirar en él las que se consideran momias reales de Ahmosis I y de Ramsés I.
A falta de presupuesto para la gran ceremonia que merecerían estos cuarenta años, el Ministerio de Antigüedades se ha contentado con organizar, eso sí, con toda minuciosidad científica, la exposición de piezas procedentes del templo funerario de Tutmosis III de la que ya hemos hablado.


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